El Mito de Prometeo
El camino mejor y más fácil para llegar a comprender la
naturaleza y las tareas de la educación es, quizás, el mito de Prometeo, tal y
como se expone en el Protágoras de Platón.
Hélo aquí, tal como en ese diálogo lo expone Protágoras
mismo: cuando los dioses hubieron plasmado las estirpes animales, encargaron a
Prometeo y a Epimeteo que distribuyen convenientemente entre ellas todas
aquellas cualidades de que debían estar provistas parea sobrevivir. Epimeteo se
encargó de la distribución. En el reparto dio a algunos la fuerza pero no la
velocidad; a otros, los más débiles, reservó la velocidad para que, ante el
peligro, pudieran salvarse con la fuga; concedió a unos armas naturales de
ofensa o de defensa y, a los pequeños alas para huir o cuevas subterráneas y
escondrijos donde guarecerse. A los grandes, a los vigorosos, en su propia
corpulencia aseguró de defensa.
En una palabra, guardó un justo equilibrio en el reparto
de facultades y dones de modo que ninguna raza se viese obligada a desparecer.
Les distribuyó además espesas pelambreras y pieles muy gruesas, buena defensa
contra el frío y el calor. Y procuró a cada especie animal un alimento
distinto: las hierbas de la tierra o los frutos de los árboles, o las raíces, o
bien, a algunos la carne de los otros. Sin embargo, a los carnívoros les dio
posteridad limitada, mientras que a sus víctimas concedió prole abundante, de
forma de garantizar la continuidad de su especie.
Ahora bien, Epimeteo, cuya sagacidad e inteligencia no
eran perfectas, no cayó en la cuenta de que había gastado todas las facultades
en los animales irracionales y de que género humano había quedado sin equipar.
En este punto, llegó Prometeo a examinar la distribución hecha por Epimeteo y
vio que, si bien todas las razas estaban convenientemente provistas para su
conservación, el hombre estaba desnudo, descalzo y no tenía ni defensas contra
la intemperie ni armas naturales. Fue entonces cuando Prometeo decidió robar a
Hefestos y a Atenea el fuego y la habilidad mecánica, con el objeto, el hombre
entró en posesión de cuanto era preciso para protegerse y defenderse, así como
de los instrumentos y las armas aptos para procurarse el alimento, de que había
quedado desprovisto con la incauta distribución de Epimeteo.
Gracias a la habilidad mecánica el hombre puede inventar
los albergues, los vestidos, el calzado, así como los instrumentos y las armas
para conseguir los alimentos. Además dispuso del arte de emitir sonidos y
palabras articuladas, y fue además el único entre los animales capaz, en cuanto
partícipe de una habilidad divina, de honrar a los dioses, y construir altares
e imágenes de la divinidad. Pero así y todo, los hombres no tenían la vida
asegurada porque vivía dispersos y no podían luchar ventajosamente contra las
fieras. Fue entonces cuando trataron de reunirse y fundar ciudades que les
sirviesen de abrigo; pero una vez reunidos, no poseyendo el arte político, es
decir, de convivir, se ofendían unos a otros y pronto empezaron a dispersarse
de nuevo y a perecer.
Entonces, Zeus tuvo que intervenir para salvar por
segundo vez al género humano de la dispersión, y para ello envió a Hermes a fin
de que trajese a los hombres el respecto recíproco y la justicia, con objeto de
que fuesen principios ordenadores de las humanas comunidades y crearan entre
los ciudadanos lazos de solidaridad y concordia. Y, a diferencia de las artes
mecánicas, que en modo alguno fueron dadas todas a todos puesto que, por
ejemplo, un solo médico basta para muchos que ignoran el arte de la medicina,
Zeus dispuso que todos participaran del arte político, es decir, del respeto
recíproco y de la justicia y que quienes se negaran a participar de ellos
fueran expulsados de la comunidad humana o condenados a muerte.
El mito de Protágoras contiene algunas verdades
importantes. Primera, que el género humano no puede sobrevivir sin el arte
mecánico y sin el arte de la convivencia. Segunda, que estas artes, justamente
por ser tales (es decir, artes y no instintos o impulsos naturales) deben ser
aprendidas. Actualmente decimos que el hombre debe aprender las técnicas del
uso de los objetos ya construidos y las técnicas de trabajo de los objetos por
construir o producir, y que asimismo debe aprender a comportarse con los demás
hombres de un modo que garantice la colaboración y la solidaridad, de acuerdo
con lo que Platón denominaba “el respeto recíproco y la justicia”.
Por consiguiente, el hombre tiene una infancia mucho más
larga (relativamente a la duración de la vida) y fatigosa que la de los otros
animales. También éstos deben aprender el empleo de los órganos de que la
naturaleza los ha dotado, y por tanto atraviesan todos, más o menos, un período
de adiestramiento que corresponde a lo que es la educación en el hombre. Pero
los animales entran rápidamente en posesión de las capacidades propias para
conservarse porque dichas capacidades, como observaba justamente Protágoras,
están inscritas en su estructura orgánica, en los dones distribuidos por
Epimeteo.
Al hombre, por el contrario, el uso inmediato de sus
órganos, por ejemplo, el aprender a ver, a moverse, a caminar, no le garantiza
en modo alguno la vida: necesita los dones de Prometeo y Zeus, las técnicas
mecánicas y morales que exigen un adiestramiento mucho más largo y penoso. Y es
de señalar que la adquisición de tales técnicas requiere el lenguaje, porque
sin él no sólo no podrían ser comunicadas de un hombre al otro, sino que no
hubieran nacido ni se desarrollarían. En efecto, sólo el uso del lenguaje
permite las abstracciones y generalizaciones indispensables para la formación
de las técnicas mismas. Una palabra (o signo lingüístico) no designa una cosa
en particular, esta cosa, sino un objeto genérico, que se define por su uso
posible, por ejemplo, las palabras “hacha”, “flecha”, “arco”, no designan esta
hacha, esta flecha, este arco, sino un hacha, una fecha y un arco cualesquiera
(independientemente de su particular forma, tamaño, color, etc.), que se
definen por el uso particular para el que sirven.
Cuando el niño aprende a hablar, no aprende a designar
cada cosa con una palabra, como se cree comúnmente, sino que más bien aprende a
identificar en las cosas, a través de las palabras, la posibilidad genérica de
uso que las define. Por ejemplo, cuando la madre le dice “éste es un tenedor”,
lo que le enseña no es tanto la palabra en sí misma cuanto la relación
existente entre la palabra y toda una serie de objetos (todos los tenedores
posibles, cualesquiera que sean su forma, tamaño, material, etc.), que se
pueden definir por el uso común a que se destinan. Por lo tanto, Protágoras
tenía razón de ligar el “arte mecánico”, o sea, las técnicas de uso y
producción de los objetos, con el “arte de la palabra”, porque en verdad
ninguno de los dos puede prescindir del otro.
1.1. GÉNERO HUMANO Y SOCIEDAD
HUMANA
Hasta aquí hemos hablado como si el “género humano”
constituyen una sola unidad, como si fuera un todo único y homogéneo. En
realidad no es así. De la misma forma que en el mundo animal algunas especies
se sostuvieron durante un cierto tiempo y luego se extinguieron, y mientras
unas evolucionaron en una dirección otras lo hicieron en otra (por lo que
Bergson parangonó la evolución de la vida como un “haz de tallos” de largura
diferente, que apuntan en diferentes direcciones), de la misma manera en el
mundo humano algunos grupos de hombres han evolucionado más, otros menos,
algunos se han dispersado, otros han sobrevivido, algunos se han inmovilizado en
formas primitivas de civilización, y otros se han orientado hacia formas de
civilización en desarrollo continuo.
También en el mundo humano, tal como se nos presenta hoy,
y prescindiendo de su historia o evolución pasadas, hacemos una primera y burda
distinción entre “sociedades primitivas” y “sociedades civilizadas”. Dentro de
un instante volveremos a ocuparnos de esta definición; pero por el momento nos
interesa subrayar que las llamadas “sociedades primitivas comprenden grupos
humanos diversos y desemejantes que tienen usos, costumbres y creencias
diversas; y lo mismo sucede con las llamadas “sociedades civilizadas” entre las
cuales advertimos profundas distinciones en los modos de vivir y las creencias
(piénsese por ejemplo en la diferencia que hay entre los mundos cristiano,
musulmán, hindú, chino, etc.).
Podemos expresar este hecho diciendo que cada grupo
humano (primitivo o civilizado9 tiene cultura propia que le ha permitido
sobrevivir. Por consiguiente, por “cultura” entenderemos el conjunto de técnicas,
de uso, de producción y de comportamiento, mediante las cuales un grupo de
hombres puede satisfacer sus necesidades, protegerse contra la hostilidad del
ambiente físico y biológico y trabajar y convivir en una forma más o menos
ordenada y pacífica. Se puede decir, asimismo, que una cultura es el conjunto,
más o menos organizado y coherente, de los modos de vida de un grupo humano;
entendiendo por “modos de vida” lo ya dicho, es decir, las técnicas de uso, de
producción y comportamiento. Las reglas que definen estas técnicas constituyen
lo que se denomina comúnmente usos, costumbres, creencias, ritos, ceremonias,
etc.
Incluso una costumbre en apariencia insignificante y
banal como lo es un modo de saludar, es una regla de conducta destinada a
subrayar la actitud amistosa (o no hostil) de un hombre hacia otro. Las
creencias, los ritos o las ceremonias mágicas de muchos pueblos primitivos se
consideran como reglas técnicas propias para conseguir ciertos resultados, por
ejemplo, la lluvia o la cesación de un azote, de una epidemia, de la guerra,
etc. En resumen, una cultura es el conjunto de las facultades y habilidades no
puramente instintivas de que dispone un grupo de hombres para mantenerse vivo
singular y colectivamente (es decir, como grupo).
1.2. CULTURA Y EDUCACIÓN
El carácter más general y fundamental de una cultura es
que debe ser aprendida, o sea, transmitida en alguna forma. Como sin su cultura
un grupo humano no puede sobrevivir (a menos que asuma una cultura diversa, más
o igualmente eficaz, caso en el que mutará concomitamente su naturaleza toda)
es en interés del grupo que dicha cultura no se disperse ni se olvide, sino que
transmita de las generaciones adultas a las más jóvenes a fin de que éstas se
vuelvan igualmente hábiles para manejar los instrumentos culturales y hagan así
posible que continúe la vida del grupo. Esta transmisión es la educación.
Verdad es que las sociedades primitivas carecen de
“escuelas” en el sentido que nosotros damos a esta palabra. Pero, sin embargo,
en ellas niños y jóvenes se ven igualmente sometidos a un largo periodo de
aprendizaje en compañía del padre, la madre u otros adultos calificados para
ello. Pasado ese periodo, y a través de unas serie de pruebas que debe superar
(como los “exámenes” de nuestras escuelas) y de una solemne ceremonia de
iniciación, el joven es admitido entre los adultos y los responsables de la
vida común.
La educación es pues un fenómeno que puede asumir las
formas y las modalidades más diversas, según sean diversos grupos humanos y su
correspondiente grado de desarrollo; pero en esencia es siempre la misma cosa,
esto es, la transmisión de la cultura del grupo de una generación a la otra,
merced a lo cual las nuevas generaciones adquieren la habilidad necesaria para
manejar las técnicas que condicionan la supervivencia del grupo. Desde este
punto de vista, la educación se llama educación cultural en cuanto es
precisamente trasmisión de la cultura del grupo, o bien educación
institucional, en cuanto tiene como fin llevar las nuevas generaciones al nivel
de las constituciones, o sea, de los modos de vida o las técnicas propias del
grupo.
No se insistirá nunca demasiado en la importancia que
tiene la educación así entendida, no sólo por lo que se refiere a la vida o la
supervivencia de cualquier grupo humano, sino también en lo que toca a la
formación y el desarrollo de la persona humana individualmente considerada.
Varios hechos parecen indicar que, alejado del consorcio humano, un individuo
pierde o deja de adquirir o adquiere sólo mínimamente los caracteres “humanos”.
Nos referimos brevemente al caso de los llamados “niños
salvajes”, o sea los niños abandonados o perdidos en la primera infancia y
privados de contactos humanos, que sobrevivieron como miembros de grupos
animales (lobos o simios superiores) y fueron encontrados más tarde y
restituidos a un mundo humano.
En todos estos casos, en el momento de ser restituidos a
la sociedad humana los individuos carecen de todo carácter humano. No hablan y
no tienen la capacidad de hablar; su desarrollo mental se halla detenido en un
nivel que supera en poco la imbecilidad. Sus reacciones son en gran parte
automáticas: no parecen tener conciencia de sí y se muestran indiferentes a la
compañía humana. En algunos casos no tienen ni siquiera la posición erecta y la
aprenden con dificultad. No sonríen ni ríen, sino que emiten sonidos análogos a
los de aquellos animales con los cuales han vivido.
Además, en todos estos casos, su educación o re-educación
ha sido imposible o posible únicamente en un grado mínimo, no más allá del que
puede alcanzar un idiota. Estos hechos demuestran la importancia que, en la
formación de una persona humana normal, tiene el conjunto de las influencias
educativas debidas a los contactos humanos, a través de los cuales, incluso en
las sociedades más primitivas y rudas, el niño aprende las indispensables
técnicas (empezando por el lenguaje) que definen su condición humana.
1.3. CULTURAS ESTÁTICAS Y
DINÁMICAS
Dado que sin su “cultura” un grupo no se puede conservar
ni los individuos que a él pertenecen pueden alcanzar una condición que pudiera
calificarse de “humana”, no es de maravillar que todos los grupos humanos
traten de reforzar en sus miembros la conciencia de la importancia, el valor y
la indispensabilidad de las técnicas culturales, y el modo más sencillo para
reforzar tal conciencia consiste en atribuir o reconocer a las precitadas
técnicas un carácter sacro, por el cual la ignorancia, la violación o el
menoscabo de ellas adquiere la calidad de acciones perversas o impías, o sea,
tales como para incurrir en castigos humanos o divinos.
En efecto, en las sociedades primitivas, no sólo las
técnicas de comportamiento (las costumbres, las reglas morales y religiosas,
etc.), son protegidas mediante las mencionadas penas, sino que también lo son,
con frecuencia, las técnicas de uso y producción de los objetos, ya sea porqué
estas son igualmente indispensables para la vida del grupo, o porque, en
ausencia de la escritura, su trasmisión es más difícil y corre el peligro de
perderse, de tal modo que se experimenta la necesidad de estabilizarlas
mediante sanciones oportunas. Los ritos y las ceremonias que acompaña o puntúan
ciertas actividades del grupo (por ejemplo, el principio de la caza o de la
cosecha de un producto cualquiera) sirven precisamente para hacer que esas
actividades se desenvuelvan de acuerdo con la técnicas tradicionales, de tal
modo que éstas no se pierdan ni modifiquen.
De aquí que mientas más difícil le resulte a un grupo
humano conservar y trasmitir su patrimonio cultural, tanto más tenderá a
reconocer el carácter sacro de cada parte o elemento de dicho patrimonio. Ésta
es la situación propia de las llamadas sociedades primitivas o primarias: es
decir, que precisamente por ello tienen un carácter estático, y tiendan a
conservar su cultura sin mutaciones o con las menores mutaciones posibles. En
tales sociedades se ignora o se condena la búsqueda de nuevos medios o
instrumentos, de nuevas formas de vida; el individuo que pertenece a ellas
tiende a evitar toda novedad o a referirla a lo que se conoce tradicionalmente.
Por contraste con las sociedades primarias, las llamadas
sociedades civilizadas o secundarias son aquellas cuya cultura está abierta a
las innovaciones y posee instrumentos aptos para hacerles frente, comprenderlas
y utilizarlas. Estos instrumentos son forjados por el saber en todas sus
formas, y, para ser más precisos, por el saber racional, el cual, desde este
punto de vista, se puede definir como la posibilidad de renovar y corregir las
técnicas culturales.
Por lo tanto, las sociedades primitivas no son, como
suele creerse, las más jóvenes; por el contrario, son, desde el punto de vista
cronológico, muy viejas y, con frecuencia, mucho más vetustas que las
sociedades superiores más antiguas. Se caracterizan más bien por no haber
encontrado otro modo de supervivencia si no el de inmovilizar las técnicas de
vida de que han llegado a posesionarse. Frente a estas sociedades, las
secundarias, que sobrevienen mediante la innovación y la rectificación de sus
técnicas son, puede decirse, más jóvenes precisamente por el hecho de que se
renuevan.
1.4. FILOSOFÍA, PEDAGOGÍA, CIENCIA
Las consideraciones anteriores eran necesarias para
mostrar la amplitud e importancia del fenómeno educativo en el mundo humano.
Ahora, limitando nuestro discurso a las llamadas sociedades civilizadas, o sea,
a aquellas en las cuales los elementos culturales están, en alguna medida,
abiertos a las innovaciones y rectificaciones, diremos que tales sociedades se
enfrentan a un doble problema. El primero es el de conservar y trasmitir, en la
forma más eficaz posible, los elementos culturales reconocidos como válidos e
indispensables para la vida de la sociedad misma. El segundo es el renovarlos y
corregirlos continuamente de manera de volverlos propios para hacer frente a
nuevas situaciones naturales o humanas.
Desde la Antigüedad clásica estas dos tareas, conservar y
renovar la cultura, fueron abordadas en forma racional y consiente por la
filosofía. La filosofía, en cuanto reflexión sistemática sobre los problemas de
la cultura humana, tuvo sus orígenes en aquella civilización griega que ha
legado gran parte de sus rasgos más característicos a nuestro mundo occidental,
desde las formas democráticas de conveniencia civil hasta el gusto por la
investigación desinteresada y sin prejuicios de los fenómenos naturales. En
griego “filosofía” significa “amor por el saber”, y ya la etimología sugiere no
solamente la idea de una preocupación por conservar el saber constituido, sino
también, y sobre todo, de un esfuerzo intencional por renovarlo y ampliarlo.
La “generalidad” de la filosofía tiene un carácter
lógico, en cuanto es una investigación enderezada hacia cualquier objeto, es
decir, a cualquier orden de hechos, de actividades, etc., pero también, al
mismo tiempo, tiene un carácter social, en cuanto es una investigación que
puede ser emprendida y realizada por cualquier hombre, dado que todo hombre es
un “animal racional”; por consiguiente, no es el patrimonio d una casta o
categoría privilegiada de personas, como sucede cuando el saber asume una forma
religiosa o mística (por ejemplo, en las sociedades orientales).
En sus principios, la filosofía tendía a identificarse
con todo el saber, o mejor dicho, con todos los conocimientos que tuvieran
carácter racional y sistemático (es decir, excluía únicamente las técnicas de
artesanía); pero sucesivamente se desprendieron de ella varias ciencias
particulares (matemática, física, química, biología, psicología; etc.), que se
volvieron autónomas.
No obstante, ha sido y es competencia de la filosofía la
tarea de enfrentarse al doble problema de que hemos hablado: es decir, por una
parte, conservar y defender los elementos culturales considerados como válidos;
por la otra, combatir y eliminar los elementos culturales que se hayan
convertido en un lastre y promover nuevos desarrollos de la cultura. Esto lo
puede hacer no ocupando el lugar de esta o aquella ciencia ya constituida, sino
–en ocasiones- ayudando a que constituyan ciencias nuevas y, en general,
esforzándose siempre por mantener vivo un clima de libertad intelectual, de
discusión sin prejuicios y de apertura hacia lo nuevo y lo imprevisto.
Cuando al realizar esta doble tarea de conservación y
progreso la filosofía se preocupa más específicamente de los modos como las
nuevas generaciones deben ponerse en contacto con el patrimonio pasado sin
quedar esclavizadas por éste, o sea, cuando se preocupa en forma precisa y
deliberada del fenómeno educativo tal como lo hemos planteado, asume la veste y
la denominación de filosofía de la educación o pedagogía.
Por tanto, existe entre la filosofía y la pedagogía una
conexión estrechísima, y a primera vista parecerá como que la diferencia que
pudiera existir entre ellas es sólo cuestión de acento. Toda filosofía vital es
siempre, necesaria e íntimamente, una filosofía de la educación, porque
contempla un cierto ideal de formación humana, aunque no lo considera
definitivo ni perfecto.
Pero el término “pedagogía”, que literalmente significa
“guía del niño”, puede tener un significado más extenso y abarcar, a más de la
filosofía de la educación, algunas ciencias o sectores de algunas ciencias,
indispensables para su control del proceso educativo. ¿Cuáles son esas
ciencias? En primer lugar, la psicología, sobre todo aquellas partes de éstas
que se refieren al desarrollo mental, a la formación del carácter y a los modos
de aprendizaje. A últimas fechas, la sociología ha demostrado ser una
indispensable ciencia auxiliar para plantear y resolver debidamente los
problemas de la educación. Junto a la psicología y la sociología, se ha venido
desarrollando una técnica o conjunto de técnicas que emergen de la práctica
educativa misma: la didáctica. Incluso la técnica de los exámenes y, en
general, de la puesta a prueba de los adelantos escolásticos ha asumido
recientemente el carácter de una ciencia autónoma que algunos denominan
docimología.
Sin embargo, no parece que sea ni correcto ni útil
considerar a la pedagogía como inclusora, además de la filosofía de la
educación, de todas estas ciencias o técnicas; pero es indudable que la
pedagogía debe tener en cuenta, concretamente, las relaciones que guarda con
ella, circunstancia que la reviste de caracteres propios frente a la filosofía
general. Se dice con frecuencia que dichas relaciones son análogas a las que
existen entre el fin y los medios: la pedagogía, en cuanto filosofía de la
educación, formula los fines de la educación, las metas que deben alcanzarse,
mientras que la psicología, la sociología, la didáctica, etc., se limitan a
proporcionarnos los medios propios para la consecución de esos fines, a
indicarnos los caminos que debemos recorrer para alcanzar esas metas.
A decir verdad se trata de una distinción que rige hasta
cierto punto: fijarse metas en abstracto, sin tomar en cuenta los medios de que
se dispone para alcanzarlas, sería una actividad de dudosa eficacia y, por su
parte, las ciencias pedagógicas no podrían ser útiles si ignorasen la
finalidad, los “ideales” educativos a que deben contribuir. Sin embargo,
precisamente a la pedagogía compete la tarea de coordinar las contribuciones de
las diversas ciencias auxiliares y técnicas didácticas, y de impedir que se
caiga en recetas fijas, de evitar que se cristalicen los métodos y los valores,
y en resumen, de llevar a cabo aquella misión de apertura hacia lo nuevo y lo
diverso que tiene en común con la filosofía, o para decirlo mejor, que tiene en
la medida en que es filosofía.
En este sentido, los problemas de la pedagogía son aún
hoy sustancialmente los mismos que se ofrecieron a la reflexión consiente mucho
antes que las disciplinas y técnica precitadas se constituyeran y consiguieran
una cierta autonomía. Ésta es la razón por la que se estudie la historia de la
filosofía y la pedagogía: no se trata de una pura curiosidad arqueológica sino
de una necesaria iluminación de los problemas actuales mediante el estudio de
sus orígenes y de las soluciones ensayadas en el curso de los siglos.
1.5. EDUCACIÓN: ETIMOLOGÍA Y
DEFINICIÓN
La palabra “educación”, como todos sabemos, tiene en su
raíz el vocablo latino “ducere”, que significa “conducir”, “llevar adelante”.
“Educere” quiere decir, exactamente, “sacar fuera”1. “Educación”, “educir”,
significaría algo así como ayudar a que alguien saque algo que tiene dentro de
sí, enseñarle, acompañar su proceso, poner las condiciones para que logre
hacerlo. No significa hacerlo por el otro, sino guiar el proceso que culmina en
el desarrollo, por parte de la otra persona, de sus potencialidades.
El concepto así entendido está íntimamente relacionado
con la teoría del acto y la potencia. El educando logra poner en acto lo que
tenía en potencia. Estará más perfectamente educado cuanto más desarrolle sus
potencialidades. También está vinculado con la “mayéutica socrática”, esa idea
de ayudar al discípulo a “dar a luz” el conocimiento. La educación hace
referencia al estar un paso adelante y tender una mano al otro para que, a su
vez, también avance. Esa mano tendida no son sólo los conocimientos, sino también la transmisión de
experiencias, de fortaleza, de ejemplos.
¿Quiénes educan?
La educación es un proceso que no tiene por qué darse
únicamente en la escuela. Se dice que también “la vida educa”, la familia, las
amistades. Es un proceso íntimamente vinculado a la comunicación, ya que la
educación se potencia en cuanto se establece un vínculo comunicacional con
alguien: con un maestro, con un familiar, con una realidad. La educación
concreta se da al contacto con realidades que trascienden la del propio
individuo que es educado.
Sin
embargo, en la imaginación popular, pareciera que poco a poco se va colocando
la misión de educar sólo en las escuelas y en los establecimientos formales
Es éste
un primer reduccionismo, que tiende a desligar responsabilidades y que es fuente
de gran cantidad de errores y perjuicios. Al ignorarse la función de los demás miembros
de la sociedad en la educación de las personas, se genera una fragmentación en
la que la escuela se queda con la totalidad de la educación formal, en tanto
que la familia se encarga de la contención de los hijos; los medios de comunicación
se ocupan de divertir, distender e informar; las amistades de acompañar y
compartir; y así con los demás miembros de la sociedad.
Vemos en
esta simplificación que a la escuela le es asignada en soledad la parte que requiere
más “esfuerzo”, la que parece una “carga” y la que tiene menos “incentivos” para
los jóvenes. Al mismo tiempo debilita la posición de la familia, que es por excelencia el lugar en que se educa;
bastardea el sentido de la verdadera amistad y deja el camino abierto para que
los medios de comunicación se descomprometan impunemente con la educación.